Max Weiler es uno de los pintores austriacos más importantes del siglo XX. Su pintura estuvo profundamente influida por los pintores de la dinastía Sung (960-1279). No es casualidad que la obra tardía de Max Weiler fuera homenajeada en 1998 en una gran retrospectiva en el Museo Nacional de Arte de China (NAMOC) de Pekín, siendo el primer artista austriaco vivo en recibir tal honor.
Sophie Cieselar, 7 April 2022
Max Weiler (1910-2001) es sin duda uno de los pintores austriacos más importantes del siglo XX. Su obra, homenajeada en numerosas exposiciones y publicaciones, suscitó a menudo incomprensión en vida. En muchos casos, sus obras eran demasiado progresistas, demasiado adelantadas a su tiempo. No fue hasta su avanzada edad cuando recibió un reconocimiento generalizado. Su arte parece haberse desarrollado independientemente de todas las corrientes que le rodeaban y no es fácil de clasificar. Pero, como muchos artistas de la primera mitad del siglo XX, también le preocupaba la cuestión central de lo que el arte puede y debe ser. De este modo, entró repetidamente en contacto con los movimientos internacionales de su época.
Su obra se caracteriza por constantes nuevos comienzos. Max Weiler nunca se conformó con lo que ya había conseguido, sino que siempre parecía cuestionárselo todo. En sus diarios, los Tag- und Nachtheften (El cuaderno de día y de noche), encontramos a Max Weiler como un buscador, como un incrédulo y como un hombre profundamente apegado a la naturaleza.
Master of the Sung Dynasty, A clear day in the valley, 12th century, h 57.9 cm, ink on paper (Museum of Fine Arts, Department of Prints, Drawings and Photographs, Boston).
© Museum of Fine Arts, Boston
Max Weiler, 2 Ochre Mountains, 1974, egg tempera on canvas, 100 x 195 cm
© Galerie Kovacek & Zetter, Vienna
«No puedo decir exactamente qué es lo que hago. Más bien, puedo parafrasearlo como imágenes que corresponden a todo lo que existe, e imágenes que miran al infinito en la naturaleza…» (Max Weiler, Salzburgo 1986, citado en: Otto Breicha, Weiler. Die innere Figur, Salzburgo 1989, p. 285).
Su concepto de la naturaleza va mucho más allá de la pintura de bodegones y paisajes. La naturaleza no es más que el punto de partida de su inspiración y de su pasión profundamente interiorizada por la creación que nos rodea. A partir de ahí desarrolla su propia representación de la naturaleza en su pintura. «Mi trabajo es espiritual» (Max Weiler, Tag- und Nachthefte, 1972) dice, refiriéndose a encontrar sus motivos en lo más profundo de su ser.
No se puede subestimar la influencia de Karl Sterrer, profesor de Weiler en la Academia de Bellas Artes, en el trabajo creativo y el desarrollo espiritual del joven artista. Para el trabajo posterior de Weiler fue decisivo que Karl Sterrer le introdujera en la pintura china de los Sung. La afinidad que Weiler experimentó con los primeros paisajes asiáticos fue decisiva para su obra posterior. Reconoció que a los pintores chinos de aquel periodo no les preocupaba la reproducción exacta de un paisaje, sino más bien el estado de ánimo y la atmósfera que despertaba en el espectador. No era la reproducción exacta de un objeto lo que se buscaba, aunque pudieran reconocerse montañas, ríos, árboles y nubes. Se trataba más bien de captar la esencia de un paisaje, sus movimientos inherentes y sus pautas de desarrollo.
Wang Shen, 2nd half 11th century, Rivers and mountains in the fog (detail), ink on silk.
© Shanghai Museum, Shanghai, China
Max Weiler, Like a Landscape, 1963, egg tempera on hardboard, 21.7 x 45.2 cm
© Galerie Kovacek & Zetter, Vienna
Cada obra debe tener un chi, que significa «vida», «vida propia» o «energía». Sólo así puede uno acercarse a la realidad y la verdad más elevadas, y éste se convirtió en el objetivo artístico de Max Weiler en la vida: la lucha por alcanzar el nivel más alto de espiritualidad y captar a través de su arte la esencia de la naturaleza. Weiler también estaba fascinado por el enfoque técnico de los pintores Sung, por la forma en que los pintores chinos de tinta conseguían nitidez y contorno únicamente mediante la hábil combinación de técnicas de pintura seca y húmeda. También en su obra hay una magistral licuación de colores y formas.
Para garantizar la realización técnica, Max Weiler abandonó la pintura al óleo hacia 1950 y a partir de entonces utilizó únicamente pinturas al temple, que permitían una aplicación más fluida y transparente del color y un lenguaje visual más directo. También se trataba de crear las tensiones resultantes del contraste entre la abstracción y la representación figurativa, aún reconocible. Todo ello sirvió para hacer visibles procesos y relaciones de fuerzas que se encuentran en la naturaleza: todo está en flujo, hay una movilidad constante en el sentido de devenir y pasar.
Max Weiler no pinta la naturaleza, sino que se preocupa por la «recreación de la naturaleza sin ningún parecido con ella… Hago la atmósfera, los estados de ánimo, los árboles, las hierbas y las cosas de la naturaleza con mis propias formas» (Max Weiler, Tag- und Nachthefte, 1972). Descubrió que la capacidad de transformación no reside en cualquier parte, sino precisamente en los colores elegidos y, en las formas creadas. Ellas mismas son, en su naturaleza inestable, acuosa o líquida, la sustancia misma de la metamorfosis.
Este es también el medio artístico utilizado por los pintores de la dinastía Sung, «la naturaleza puede entrelazarse con la espiritualidad» (Boehm, p. 189). Así pues, el camino hacia la abstracción debe entenderse en el sentido de que Max Weiler transforma la esencia de la naturaleza en su propio lenguaje artístico, sobre el que posteriormente construye. Visto así, su «obra no tiene nada que ver con la religión, sino con la creación» (Max Weiler, Salzburgo 1986, texto publicado por el Rupertinum, en: Otto Breicha, Weiler. Die innere Figur, Salzburgo 1989, p. 285).
No es casualidad que la obra tardía de Max Weiler fuera homenajeada en 1998 en una gran retrospectiva en el Museo Nacional de Arte de China (NAMOC) en Pekín, siendo el primer artista austriaco vivo en recibir tal honor.